El artista debe inclinarse ante el monstruo
de su propia imaginación.

RICHARD WRIGHT (PINK FLOYD)

Hay muy pocos monstruos que estén a la altura
del miedo que tenemos de ellos.

ANDRÉ GIDE

Desde su etimología en latín la palabra monstruo refiere a lo que es grande o grandioso, de dimensiones antinaturales. Es aquello que muestra, que subyuga o aterra por la visibilidad que implica su existir. Proviene de la alteración del término monstrum, “prodigio”, por influjo de monstruosus, “monstruoso”; y originalmente era una voz religiosa que designaba cualquier portento que reflejaba la voluntad de los dioses. Se aplica a un objeto o ser de carácter excepcional y, por tratarse de un elemento ajeno a lo normal, se liga al asombro o a lo siniestro (es la cara invisible de la realidad). Aludiendo a Pink Floyd, la belleza y el misterio que residen en la cara oculta de la luna son monstruosos. Por su parte, Mozart u Orson Wells resultan “tan monstruos” como Hannibal Lecter. El arte, al descubrir al común de la gente lo poco común que puede residir dentro y fuera de ella, produce en las multitudes y las individualidades una primera sensación de repulsión o rechazo. El arte exhibe. El genio estético asusta. Decía Francisco de Goya que el sueño de la razón produce monstruos. El artista se convierte en el cadáver que cobra vida desde la pedacería de su contexto sociohistórico para, entre remiendos, presentarse ante la sociedad como una especie de criatura del Doctor Frankenstein (un Gólem del rabino Judah Loew). Cual replicante en las historias de Philip K. Dick, el artista explora, se aventura, registra, se arriesga a descubrir las posibilidades de su ser aquí, antes o a pesar de la fecha de su muerte; cuestiona la naturaleza y es capaz de confrontar la idea de su creación o de su creador. Transgrede, llega a límites cercanos a la subversión o la criminalidad en el afán de saber o creer saber acerca de lo que, por metafísico, es capaz de materializarse en la obra. Expone y contradice. El artista, en opinión de Gustave Flaubert, padece o disfruta demasiado y por ello “es una monstruosidad, algo fuera de la naturaleza”. Se rumora hoy, por ejemplo, bajo una hipótesis bien creíble —proveniente de investigadores de los Estados Unidos—, que la Capilla Sixtina puede ser en sí un tratado de anatomía y que en la célebre escena del Génesis (donde Dios transmite el conocimiento al hombre a través de su dedo), Michelangelo Buonarroti representó la silueta y los detalles de un cerebro humano cortado por la mitad como elemento fundamental, dinámico, de su composición. Es sabido también que el propio Miguel Ángel y Leonardo Da Vinci contrataban ladrones de cadáveres para realizar los grandes estudios renacentistas de anatomía que legaron a través de sus bocetos. Hoy en día tales bosquejos resultan sublimes, es cierto; sin embargo, en su época el pueblo se horrorizó ante la lúgubre fascinación de aquellos pintores que eran capaces de extraer los cuerpos de sus tumbas ¿No es así que un artista despierta en las familias tradicionales una especie de asco por sus ideas exóticas, desconcertantes, y que bien podría morir apaleado a manos de sus padres y hermanos al estilo de la novela La metamorfosis de Franz Kafka? Si algo demuestran los mitos de la Caverna, de Prometeo y de Hypatia es que iluminar vuelve a quien ilumina un espectáculo que, por vulgarmente sagrado, pasa de la imagen de arcángel esteta y epistemológico, a la de un demonio oscuro e insanamente tentador. Sigmund Freud utiliza el término “unheimlich” para definir lo que perturba por insólito (lo siniestro). El término en alemán aplica también a un hacedor de cualquier disciplina creativa quien, a la vez, confronta su propio interior muchas veces de forma violenta, rota, al estilo de Dr. Jekyll y Míster Hyde, tras la paranoia que le despierta el rechazo de los demás. La sociedad produce la aberración que habita en los creadores, y luego los estigmatiza. El artista sufre por partida doble: ante lo exterior y ante las confrontaciones con su yo de distintos modos, en distintas edades. Basta pensar en Fernando Pessoa, poeta portugués que se inventó más de cien heterónimos, algunos maestros de otros (inclusive les hacía debatir acerca desde las diferentes trincheras de mirar lo vivido); o en Jorge Luis Borges, quien asegura que a quien le pasan las cosas es al otro, es decir a Borges, no a él. Desdoblamientos al estilo de Dennis / Patricia de la cinta “Fragmentado”. Aun con ello, no hay por qué alarmarse. Como escribe Peter Capaldi, “todo mundo ama a los monstruos”, ya sea por miedo o por una anómala fascinación. Un artista es un mago cuyos trucos se confunden con las artes negras ante la vista de los conservadores inquisitoriales. Es también un profeta quien, tras cierto sustento teórico, acude a la intuición para revisar el pasado y suponer el futuro. De este modo pronostica catástrofes sociales, ofrece la visión de distopías; detecta vicios entre la gente y los ridiculiza, al estilo de Molière u Óscar Wilde; intenta resarcir entuertos de manera quijotesca. Es, cual lo señala el poeta Vicente Huidobro, “un pararrayos” que condensa lo incondensable (por ello la tribu teme a sus capacidades medio chamánicas). Sor Juana en su Sueño o Primero Sueño fue un monstruo. Artaud y Rimbaud escandalizaron a la sociedad con sus monstruosidades dentro y fuera de los libros. Andy Warhol era un extraterrestre (como lo sugiere la particularidad de su vida, y lo hace saber la ficción que aparece en la película “Men in black 3”, en la escena del happening). Anaïs Nin era el diablo, en aquellos años, para los puritanos ajenos a la sensualidad y sexualidad femenina; y Banksy fue, al menos durante los primeros años del Siglo XXI, la contracorriente que volvió loco al sistema capitalista salvaje. Sucede que el arte, el auténtico, el que busca el secreto de las cosas, los eventos y la condición humana, es capaz de exhibir (de vuelta al símil anatómico) las vísceras, los cartílagos de la especie: sus complejidades y vacíos. Indaga en el ser y el no ser a través de capas, una más honda que la otra. En primera instancia, la obra artística recurre a la imagen, al sonido, la palabra, el ritmo, lo directo. Entraña un significado inmediato para el público, una apreciación a priori con un significado intuitivo (la forma es el medio vital para la verbalización estética, si se me permite la expresión). En una segunda capa aparece el subtexto, el discurso detrás de lo que se lee, se escucha o se mira. La obra es el diálogo entre lo que se aparenta decir y lo que en verdad se dice. A veces, en una tercera capa, aparece lo intertextual, lo que juega con referencias… y al centro, en lo profundo, se halla el corazón: el símbolo; todo a nuestro alrededor y dentro de nuestras funciones mentales es lenguaje cultural descifrable. El ser humano es un animal de interpretaciones y reinterpretaciones culturales; un ser que lee los signos y los símbolos sociopolíticos, poéticos y prosaicos (como lo anota Aristóteles de algún modo) sin saberlo. El corazón de la obra es el imán que atrae las especulaciones del sentido o sinsentido de existir, o imaginar existir, a través de la morfo-magnética del encanto que se genera entre emisor, receptor, mensaje y contexto. El artista maneja estas cargas eléctrico-cuánticas culturales naciendo para ello, y haciéndose mejor para ello. Es alquimista que juega con seriedad con los antiguos elementos (tierra, aire, agua, fuego) para volverlos filosofía en movimiento o en inmovilidad silente —al estilo que sugiere Gastón Bachelard—, pero que logra fundir y confundir estos cuatro elementos con muchos más, micro y macro físico-cuántico-ontológicos. Es un asunto de semántica química, por así decirlo; de naturaleza simbólica ancestral. Los demás, el resto de la aldea, les miran por ello con desconfianza por esa necedad de trascender más allá de llevarse el pan a la boca, cada día, como hace cualquiera; y por sus inquietudes al cuestionar el esclavismo empresarial del Siglo XX y XXI a través de cuadros, fotografías, performances, instalaciones, videos. El artista es fantástico o simplemente un raro (como los escritores a los que alude Rubén Darío en su famoso ensayo). La gente teme a lo que desconoce. De allí que al artista le queden como recursos la exaltación o la marginación; que le esperen o bien la gloria y los honores, o la miseria y la incomprensión. La vida artística es una tirada de Tarot donde uno puede acabar en la Torre, o cual Ahorcado dentro del gran juego de naipes que es el mundo. Hacer arte es un embrollo, un asunto complejo: hay que amar a nuestro monstruo, procurarlo con afectos, atenciones. Porque al final, aludiendo al argumento de la película “El callejón de las almas perdidas”, uno debe evitar convertirse, ante tanta presión, en el hombre-bestia que se alcoholiza para que los demás le miren, detrás de una reja como una rareza de circo, por apenas unos centavos.

Ulises Paniagua (México, 1976)

Narrador, poeta y dramaturgo. Ganador del Concurso Internacional de Cuento de la Fundación Gabriel García Márquez, en Colombia (2019). Fue entrevistado por Silvia Lemus, en el año 2020, en el programa “Tratos y retratos” de Canal 22. Incluido en la antología internacional de carácter bilingüe Puente y Precipicio, publicada en Rusia dentro de la celebración de la Bienal de Poesía de Moscú, bajo la selección de Natalia Azarova y Dmitriy Kuzmin (2019). Es autor de dos novelas, siete libros de cuentos y cuatro poemarios. Ha sido divulgado en antologías, revistas y diarios nacionales e internacionales, incluyendo Nocturnario, El búho, Círculo de poesía, Nexos, Siempre!, Blanco Móvil, Punto en línea, El Sol de México, Ígitur, Letralia, Nueva York Poetry, Altazor, Algarabía y Jus. Es publicado de forma habitual en Revista Anestesia, a través de su columna “Los textos del náufrago”. Es también editor de contenidos en dicha revista. Es parte del catálogo de autores del INBAL. También es director del Festival Universitario de Literatura y Arte, creador y director del Coloquio Internacional de Poesía y Filosofía (respaldado por el Fondo de Cultura Económica), y coordinador de publicaciones de la revista Blanco Móvil, en su sección de narrativa. Publicado en la Academia Uruguaya de Letras, en España, Italia, Perú y Venezuela, su obra ha sido traducida al inglés, ruso, griego, serbio, checo e italiano.